(CNN) — Cada vez son más los estados que aprietan las tuercas a las grandes tecnológicas, internet y las redes sociales. El miércoles, Montana se convirtió en el primer estado en prohibir por completo TikTok, aunque muchos se muestran escépticos sobre la aplicabilidad de la nueva y controvertida legislación.
Otras medidas incluyen leyes que pretenden endurecer la regulación de las plataformas de redes sociales en general, como las promulgadas recientemente por Arkansas y Utah.
Hay tres objetivos que merecen la pena y que parecen ser, al menos en parte, la motivación de este tipo de acciones legales: impedir que las empresas recopilen datos sobre nosotros y nuestros hijos, proteger a los niños en internet y equilibrar los derechos con las responsabilidades al publicar contenidos en plataformas en línea. Por ejemplo, si una plataforma aloja contenidos que provocan daños a alguien, ¿puede también ser considerada responsable? Hasta ahora, la respuesta ha sido negativa, según una reciente sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos.
Para mí, sin embargo, los debates en torno a los teléfonos inteligentes y las redes sociales son muy personales. Como padre de tres niñas adolescentes, a menudo me pregunto sobre el impacto de tanto tiempo de pantalla en sus cerebros.
Como muchos padres, pensaba que los dispositivos para mis hijas eran juguetes glorificados que podían entretenerlas si lo necesitaban y proporcionarles una valiosa herramienta de comunicación en caso de emergencia. Eso cambió cuando leí un libro de Jean Twenge titulado “iGen: Why Today’s Super-Connected Kids Are Growing Up Less Rebellious, More Tolerant, Less Happy – and Completely Unprepared for Adulthood – and What That Means for the Rest of Us”.
En su libro, Twenge, profesora de Psicología en la Universidad Estatal de San Diego, defiende que la Generación Z (o iGen, como ella la llama) está creciendo de una forma fundamentalmente diferente a las generaciones anteriores. Me dijo que algunos de los mayores cambios de comportamiento registrados hasta el momento en la historia de la humanidad coincidieron con la aparición de los teléfonos inteligentes.
Según Twenge, los alumnos de duodécimo grado se parecen más a los de octavo grado de generaciones anteriores y esperan más tiempo para participar en actividades asociadas a la independencia y la edad adulta. Es menos probable que salgan con amigos, conduzcan, vayan al baile de graduación o beban alcohol que los alumnos de 12º curso de la Generación X. Es más probable que se queden tumbados en la cama y se pongan a mirar la televisión. Son más propensos a tumbarse en la cama y navegar por las interminables redes sociales. Puede que físicamente estén más seguros, pero el efecto a largo plazo sobre su salud mental y cerebral es una gran interrogante.
Twenge me dijo que había “visto un cambio muy, muy repentino, especialmente en la salud mental, pero también en el optimismo y las expectativas… entre los millennials y la iGen o Gen Z”.
Lo que dijo tenía sentido, pero también me asustó. En muchos temas –por ejemplo, la neurocirugía– tengo una idea bastante clara de cómo abordar las preocupaciones porque me baso en pruebas, a veces recopiladas durante décadas. Pero con respecto a estas nuevas tecnologías, apenas había datos que revisar. No sólo carecíamos de respuestas a preguntas básicas, sino que a menudo ni siquiera sabíamos qué preguntas hacer.
Como resultado, mi mujer, Rebecca, y yo nos encontramos en una situación muy inusual e incómoda. Basándonos en muy poca información, tuvimos que proporcionar orientación crítica sobre a qué edad, cuánto y qué tipo de tiempo de pantalla permitir a nuestras tres hijas iGen.
Sé que no soy el único. Escucho este tipo de preocupaciones todo el tiempo, tanto de los padres de los amigos de mis hijos como de espectadores, lectores y oyentes, y por eso mi podcast, “Chasing Life“, dedicó una temporada entera al tema.
Las cifras
Es difícil encontrar cifras consistentes, pero, según una encuesta realizada en 2023 por reviews.org, casi el 89% de los adultos estadounidenses afirma que toma el teléfono a los 10 minutos de despertarse. Esa misma encuesta, que me dejó atónito, reveló que los adultos estadounidenses consultan sus teléfonos en promedio 144 veces al día, o una vez cada 7 minutos de vigilia.
Para los niños, las estadísticas son aún más preocupantes. Según una encuesta realizada por Pew en 2022 entre menores de 18 años, el 46% de los adolescentes estadounidenses afirmaron estar conectados a internet “casi constantemente”. Y el 35% dijo que está “casi constantemente” en una de las cinco principales aplicaciones de medios sociales: YouTube, TikTok, Instagram, Snapchat y Facebook.
Quizás nada de esto debería sorprendernos, porque hay literalmente un suministro interminable de material para consumir. En junio de 2022, se subía a YouTube un promedio de más de 500 horas de video por minuto, según la empresa de datos Domo. En Instagram, se estima que se comparten 1.300 millones de fotos al día, según una estimación de la industria fotográfica. Y en 2020, Snap Inc. dijo que se enviaban más de 4.000 millones de Snaps al día.
Mis hijas tienen 17, 16 y 14 años. Son nativas digitales y nunca han conocido un mundo sin dispositivos. A menudo me recuerdan que este no es el mundo que necesariamente querían, sino el que les hemos dado. Mi hija menor me dijo un día que le gustaría ser una millennial porque esa generación tenía teléfonos, pero no smartphones ni redes sociales, y no estaban necesariamente atados a ellos. Hoy en día, me dice, muchos adolescentes sienten la obligación de estar en las redes sociales o se sentirán abandonados.
Lecciones aprendidas
El hecho de que las pantallas y la tecnología no sólo son omnipresentes, sino necesarias, es un hecho en estos tiempos. Pero cómo lidiar con todo esto no es tan obvio. Tengo que decir que he aprendido muchas cosas investigando y entrevistando a expertos para esta temporada del podcast.
Si tuviera que resumir las cosas en tres puntos principales, serían estos:
En primer lugar, mantén una conversación con tu hijo. Eso significa sentarse, sin prisas ni distracciones, y mantener con ellos una conversación en profundidad, sin regaños ni juicios. Yo lo hice con cada una de mis hijas y aprendí mucho. Intenta descubrir cómo y con qué frecuencia utilizan sus pantallas, en qué plataformas de redes sociales están, qué esperan obtener de sus interacciones y cómo les hacen sentir esas interacciones. Pregúntales también si creen que tienen algún problema. Su sinceridad puede sorprenderle y dar lugar a una conversación más productiva.
El Dr. Michael Rich, codirector de la Clínica de Medios Interactivos y Trastornos de Internet del Hospital Infantil de Boston y autodenominado “mediático” que trata a jóvenes con un “uso problemático de los medios”, me dijo que se inspira en las conversaciones que mantiene con sus jóvenes pacientes.
“En realidad, una de las cosas que hago con estos jóvenes en la primera visita, si puedo, si me dejan pasar a través de la grieta en la armadura, es tratar de identificar sus puntos de dolor, las cosas que desearían que fueran mejor, ya sea la escuela o ‘me gustaría tener más amigos’, etc.”, dijo. “Quiero fijarme más en cómo es su vida desde que se levantan hasta que se acuestan. Así que creo que en realidad se trata de: ‘¿Cómo te sientes en tu vida? ¿Qué tal te va? ¿Estás sacando notas que reflejen tus capacidades?’ Y casi invariablemente, dirán que no. Y entonces exploraremos por qué puede ser”.
Rich dice que, para muchos de sus pacientes, el uso excesivo de la tecnología en sí no es el problema. Se trata más bien de una forma de comportamiento autocalmante –una terapia, si se quiere– para mitigar otras afecciones subyacentes, como la ansiedad o la depresión, que es necesario abordar.
A continuación, no seas catastrofista. Lo más probable es que descubras que tus hijos utilizan algún tipo de pantalla o dispositivo más a menudo de lo que te gustaría, pero –esto es clave– no todo el mundo desarrolla un problema. En otras palabras, no asumas lo peor sobre el impacto que el uso de la tecnología tendrá en el cerebro y el desarrollo de tu hijo. Es posible que la mayoría de las personas no desarrollen problemas catastróficos, pero puede ser difícil predecir quién es más vulnerable.
“Cuando se trata de las redes sociales, siento que hay una tranquilidad que puedo ofrecer aquí”, dijo la Dra. Keneisha Sinclair-McBride, psicóloga clínica del Hospital Infantil de Boston y profesora adjunta de Psicología en la Facultad de Medicina de Harvard. Según ella, las redes sociales no son lo que preocupa a la mayoría de los adolescentes.
Las cosas que estresan a la Generación Z hoy en día resonarían en un adolescente de hace 30 años. “‘¿Voy a entrar en la universidad?’ ‘Discutí con mis padres’. ‘Me pongo muy nervioso cuando tengo que hablar en clase’. Siguen siendo las mismas cosas”, explica.
“No es necesariamente que las redes sociales sean el principal factor. Es una herramienta que puede usarse para bien y a veces para mal, pero no es lo principal de lo que hablan los niños. Es algo que forma parte de sus vidas, pero sus vidas son esas cosas complejas y ricas que tienen esperanzas y sueños y problemas, igual que los han tenido siempre”, dijo. “Eso es bueno. No es que todos los niños vayan a recibir tratamiento de salud mental porque las redes sociales les estén arruinando la vida. Ese no es el caso en absoluto”.
Y por último, en palabras de la escritora y periodista científica Catherine Price, recuerda que la vida es aquello a lo que prestamos atención. Piénsalo un momento; es una idea tan simple, pero tan cierta. Me parece muy inspiradora y alentadora, porque implica que podemos determinar cómo son nuestras vidas.
La próxima vez que vayas a tomar el teléfono, Price quiere que recordemos las tres preguntas: ¿Para qué? ¿Por qué ahora? ¿Y para qué más?
“En cuanto te des cuenta de que tienes el teléfono en la mano, hazte esas preguntas: ¿Para qué lo agarré? Luego te preguntas: ¿Por qué ahora? ¿Cuál fue la razón por la que lo tomaste? A veces tienes una razón, como que es el cumpleaños de un amigo y tienes que hacerle un regalo. La mayoría de las veces será una razón emocional, me dijo: por ejemplo, tienes ansiedad, así que tomas el teléfono para calmarte; o aburrimiento, así que lo usas como distracción; o soledad, para sentirte más conectado”.
“Así que identifica lo que tu cerebro busca en realidad, y entonces podrás pasar al tercer paso: el ¿Qué más?, que consiste en preguntarte qué otra cosa podrías hacer en ese momento para conseguir el mismo resultado. ¿Podrías utilizar el teléfono para llamar a un amigo en lugar de recurrir a las redes sociales, si estás pasando por un momento de soledad? ¿Podrías dar una vuelta rápida a la manzana si necesitas un descanso del trabajo en lugar de ir al telediario?”, preguntó Price. “Realmente no importa cuál sea la respuesta. De lo que se trata es de asegurarnos de que cuando utilizamos nuestros dispositivos o las aplicaciones que tenemos en ellos, es el resultado de una elección intencionada en lugar de que nuestras mentes y nuestros cerebros estén secuestrados”.
Y, aunque Price quiere dirigirnos hacia experimentar la vida fuera de nuestros dispositivos –después de todo, el título de su libro de 2018 es “How to Break Up With Your Phone: The 30-Day Plan to Take Back Your Life“– la práctica de prestar atención a nuestras necesidades y motivos también se puede aplicar incluso cuando estamos en nuestros dispositivos, eligiendo el contenido con más cuidado para evitar la toxicidad, la ansiedad y la agravación.
Quisiera, debiera, pudiera
Mientras hablaba con todos estos expertos durante esta temporada del podcast, jugué con diferentes metáforas para captar y describir mejor la experiencia del uso problemático de los medios, como lo llama Rich. ¿Es una adicción, como algunas personas experimentan con la nicotina, las drogas o el alcohol? ¿Son las pantallas y las aplicaciones como máquinas tragamonedas, diseñadas para mantenernos jugando sin pensar? Hasta cierto punto, hay similitudes, pero también una diferencia importante. A diferencia del alcohol, las drogas, los cigarrillos o el juego, no es realmente factible alejarse por completo de la tecnología.
Muchos de nosotros, incluidos nuestros hijos, nos encontramos mucho tiempo frente a las pantallas: para trabajar, hacer los deberes y las tareas escolares, para comunicarnos, para hacer cosas y para relajarnos, ya sea haciendo scroll, viendo series o jugando. No sería correcto decir que somos adictos a nuestros dispositivos, porque la terapia de la adicción a menudo requiere abstinencia, lo que no es posible con los dispositivos. Una metáfora mejor podría ser la comida, que todos necesitamos también. Sin embargo, con ambos nos atiborramos con demasiada frecuencia. Sabemos que no deberíamos consumir todo el día, y tenemos que tener cuidado con lo que elegimos ingerir.
También me gusta pensar en la tecnología y los dispositivos como en un automóvil o una herramienta poderosa: son eficientes e impresionantes en su capacidad para realizar determinadas tareas, pero tenemos que aprender a controlarlos y no dejar que nos controlen. Reconocemos la utilidad de un vehículo a la vez que estamos entrenados en sus peligros. Probablemente deberíamos pensar en las pequeñas superorcomputadoras del mismo modo, en lugar de considerarlos un juguete para aplacar a los niños pequeños.
¿Hicimos Rebecca y yo todo esto a la perfección con nuestras hijas? No. ¿Habríamos hecho las cosas de otra manera si hubiéramos sabido pensarlo mejor? Seguramente. Pero, como todos ustedes, no teníamos un precedente para esto.
“No existía cuando éramos jóvenes, así que estamos aprendiendo a gestionarlo nosotros mismos”, dice Rebecca, reflejando mi propio sentimiento. “Y es una curva de aprendizaje para nosotros y para los niños. Pero casi tan rápido como nos estamos adaptando al teléfono, nos estamos adaptando a esa curva de aprendizaje”.
Mis tres hijas aprendieron por ensayo y error a lograr el equilibrio, cada una a su manera. Y aunque a Rebecca y a mí se nos podrían haber ocurrido normas más específicas para la Casa Gupta, las barreras que establecimos fueron coherentes y meditadas, aunque no perfectas.
Los niños estarán bien
Como me recuerdan mis hijas: la tecnología, las pantallas, las aplicaciones y los smartphones no son ni buenos ni malos, simplemente son. Pero la aceptación de la Generación Z de este mundo que han heredado no es ciega; quieren que lo arreglemos. Jóvenes como Emma Lembke, defensora y estudiante de segundo curso en la Universidad Washington de San Luis, exigen un cambio, y la gente –los legisladores y quizá incluso los grandes ejecutivos tecnológicos– están empezando a escuchar.
“No nos equivoquemos, las redes sociales no reguladas son un arma de destrucción masiva que sigue poniendo en peligro la seguridad, la privacidad y el bienestar de todos los jóvenes estadounidenses. Es hora de actuar”, dijo Lembke al Congreso en febrero.
Lembke, que tuvo sus propios problemas con el uso problemático de los medios de comunicación, me dijo: “Dentro de diez años, las redes sociales no serán lo que son hoy. Serán lo que los miembros de mi generación construyan que sean. Queremos construirlas de otra manera. Queremos construirlo bien”.
Algunos de esos cambios implican regulaciones, por ejemplo, para garantizar algoritmos más transparentes para que las búsquedas inocentes de los usuarios no den lugar a resultados inapropiados (por ejemplo, búsquedas en TikTok de recetas saludables que pueden derivar rápidamente en una alimentación desordenada), el fin de la reproducción automática para crear espacio para que el espectador decida si quiere seguir desplazándose, y filtros de imagen que no hagan que los rostros se ajusten sutilmente a los estándares de belleza europeos/blancos con piel más clara o narices más finas, como me dijo Sinclair-McBride. Lembke dijo que ella y sus compañeros están preocupados no sólo por su propia generación, sino por las siguientes.
Mis hijas, como muchas otras a las que he entrevistado, no quieren que se prohíba TikTok, y ya tienen estrategias para evitarlo. En cambio, todos tenemos que aprender –y ayudar a nuestros hijos a aprender– a tomar mejores decisiones sobre los tipos de contenidos que consumimos como parte de nuestra dieta digital.
Como señaló Sinclair-McBride, poseemos algo muy valioso que las grandes empresas tecnológicas quieren: nuestro tiempo y atención. Tenemos que ser juiciosos a la hora de asignar estos valiosos recursos, no sólo porque sean importantes para TikTok, Snap o Instagram, sino porque también tienen un valor incalculable para nosotros.
Cómo hablar del tiempo de pantalla
¿No sabes cómo iniciar una conversación con tus hijos sobre el uso de internet y las redes sociales? Aquí tienes una lista de temas de conversación que pueden ayudarte.
- Cuéntame cómo sueles utilizar el teléfono al día. ¿Estás conectado en cuanto te levantas? ¿Durante las clases? ¿Justo antes de dormirte?
- ¿Cuánto tiempo calculas que pasas al teléfono en un día normal? ¿Crees que es demasiado, poco o el tiempo justo?
- ¿Qué aplicaciones, juegos o plataformas son tus favoritos y por qué te gustan? Cuando te metes en tu favorita, ¿qué esperas sacar de ella?
- ¿Crees que tienes una relación sana con la tecnología y las redes sociales? ¿Qué te parece una relación sana?
- ¿Crees que tienes unos límites justos y claros en cuanto al tiempo que pasas frente a la pantalla? ¿Eres capaz de respetar esos límites? ¿Quieres que se modifiquen las normas?
- ¿Ha habido alguna vez en la que la tecnología se haya interpuesto en el camino de una actividad que querías hacer?
- ¿Alguna vez sentiste que tus amigos o la gente de la escuela te presionaban para que usaras el teléfono?
- ¿Conoces a gente que no utilice la tecnología de la mejor manera?
- ¿Hay algo relacionado con la tecnología o las redes sociales que te preocupe?
- ¿Has intentado alguna vez reducir tu tiempo de pantalla? ¿Qué te hizo sentir así? ¿Qué hiciste y funcionó?
- ¿Tienes esperanzas en tu futuro? ¿Por qué o por qué no?