En un día y medio, Rusia se enfrentó a la amenaza real de una insurrección armada, con el presidente Vladimir Putin prometiendo castigar a los combatientes del grupo Wagner que marchaban hacia Moscú y ocupando ciudades por el camino; antes de que un repentino acuerdo con Belarús pareciera desactivar la crisis tan rápidamente como surgió.
Pero aún queda mucho por hacer, y los expertos advierten de que no es probable que la insólita revuelta desaparezca tan rápidamente sin consecuencias.
Tras una serie de acontecimientos vertiginosos que han sido observados de cerca –y con nerviosismo– por todo el mundo y vitoreados por Ucrania, Putin debe afrontar ahora las secuelas del desafío más serio a su autoridad desde que llegó al poder en 2000.
El elocuente jefe de Wagner, Yevgeny Prigozhin, fue enviado a Belarús, aparentemente indemne, pero puede que se haya pintado una diana en la espalda como nunca antes.
¿Cuáles son las últimas noticias?
Prigozhin, el altisonante jefe del grupo Wagner, aceptó abandonar Rusia y trasladarse a la vecina Belarús este sábado, en un acuerdo en el que aparentemente medió el presidente bielorruso Alexander Lukashenko.
El acuerdo incluye la retirada de las tropas de Prigozhin de su marcha hacia la capital, dijo un portavoz del Kremlin este sábado.
Los cargos penales contra él serán retirados, dijo el portavoz. Los combatientes de Wagner no se enfrentarán a ninguna acción legal por su participación en la insurrección, y en su lugar firmarán contratos con el Ministerio de Defensa de Rusia, una medida que Prigozhin había rechazado previamente como un intento de alinear a su fuerza paramilitar.
Las tropas de Wagner afirmaron previamente que habían tomado instalaciones militares clave en dos ciudades rusas; este sábado, videos autentificados y geolocalizados por CNN mostraban a Prigozhin y sus fuerzas retirándose de una de esas ciudades, Rostov del Don.
No está claro dónde se encuentra ahora Prigozhin. El Kremlin desconoce su paradero, dijo el portavoz este sábado.
¿Cómo ocurrió?
La crisis en Rusia estalló este viernes, cuando Prigozhin acusó al ejército ruso de atacar un campamento de Wagner y matar a sus hombres, y prometió tomar represalias por la fuerza.
A continuación, Prigozhin condujo a sus tropas a Rostov del Don y afirmó haber tomado el control de instalaciones militares clave en la región de Voronezh, donde se produjo un aparente enfrentamiento entre unidades de Wagner y fuerzas rusas.
Prigozhin afirmó que no era un golpe, sino una “marcha de la justicia”. Pero eso no sirvió para apaciguar a Moscú, ya que un alto cargo de seguridad calificó las acciones de Prigozhin de “golpe de Estado escenificado”, según los medios de comunicación estatales rusos.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, se dirige a la nación tras la insurrección encabezada por el jefe de Wagner, Yevgeny Prigozhin, el 24 de junio. (Crédito: Pavel Bednyakov/Sputnik vía AP)
El Ministerio de Defensa ruso negó haber atacado a las tropas de Wagner, y las fuerzas de seguridad interna de Rusia abrieron una causa penal contra Prigozhin.
Luego llegó un notable discurso nacional de Putin.
En un discurso que se emitió en toda Rusia este sábado por la mañana, hora local, un Putin visiblemente furioso prometió castigar a quienes “van camino de la traición”.
La “traición” de Wagner fue una “puñalada en la espalda de nuestro país y nuestro pueblo”, dijo, comparando las acciones del grupo con la Revolución Rusa de 1917 que derrocó al zar Nicolás II en plena Primera Guerra Mundial.
La situación era tensa sobre el terreno, y en Voronezh se pidió a los civiles que se quedaran en casa. Mientras tanto, Moscú intensificó sus medidas de seguridad en toda la capital, declarando este lunes día no laborable. Unas fotos muestran a fuerzas rusas con chalecos antibalas y armas automáticas cerca de una autopista a las afueras de Moscú.
Todos los indicios apuntaban a un inminente enfrentamiento armado en la capital, mientras los rumores y la incertidumbre se arremolinaban.
Pero casi tan repentinamente como empezó, el breve motín se desvaneció y el acuerdo con Belarús pareció apagar el fuego, al menos por ahora.